domingo, enero 28, 2007

La Infancia En El Antiguo Egipto


En Egipto el nacimiento de los hijos era un acontecimiento muy deseado y un motivo de gran alegría. Los hijos no sólo representaban la culminación del amor conyugal y un apoyo para la vejez, sino que su llegaba aseguraba a sus progenitores más manos en la realización de las labores cotidianas, Con ellos, además, se garantizaba la continuidad de las herencias y la memoria de las familias a lo largo del tiempo, ya que ellos se ocupaban de los rituales funerarios de sus padres.
Los niños eran bienvenidos fuera cual fuese su sexo, aunque las preferencias se inclinaban hacia los varones. Para saber si una mujer estaba embarazada y conocer el sexo del futuro hijo, se recurría a métodos como los conservados en los papiros médicos: “Pondrás cebada y trigo en dos bolsitas de tela que la mujer mojará con su orina cada día. Si ambos germinan la mujer está embarazada. Si germina primero la cebada será un niño, si es el trigo será niña. Si no germina ninguno de los dos la mujer no está embarazada”.
Los egipcios eran conscientes de que tanto el periodo de embarazo como el momento del parto implicaban riesgos para la madre y el bebé, por lo que les protegían con amuletos mágicos de divinidades. El parto tenía lugar en cabañas situadas en el jardín o en el tejado de las casas. En ellas las comadronas ayudaban a las mujeres – puestas en cuclillas sobre unos ladrillos- a dar a luz, mientras recitaban conjuros mágicos de protección para la madre y su hijo.

Los peligros de la infancia

Nada más nacer la madre le daba un nombre al pequeño: el “nombre de la madre”, relacionado con la personalidad del niño o bien con alguna divinidad, aunque posteriormente era inscrito en la Casa de la Vida con un segundo nombre con el que sería conocido el resto de sus días.
Desde el mismo instante de su nacimiento el nuevo miembro de la familia era protegido de los malos espíritus y enfermedades con múltiples amuletos o con tiras protectoras con figuras que desviaban las influencias maléficas, aunque también existían pequeños cilindros de materiales diversos que se colgaban del cuello del recién nacido y que contenían en su interior fórmulas protectoras o bolitas de cobre que sonaban al moverse. La mortalidad infantil era muy alta, debido a las condiciones higiénicas del parto, y en muchos casos a la propia inmadurez de la madre. El primer mes de la vida del recién nacido era crítico. Los médicos intentaban paliar los riesgos recomendando durante los primeros años la alimentación con leche materna o de nodrizas. El valor conferido a la lactancia quedó plasmado en pinturas y esculturas, así como en las recetas de papiros médicos: “Para hacer subir la leche: espina dorsal de perca del nilótico. Cocer en aceite. Untar en la espalda.”
Pero hacia los tres o cuatro años, coincidiendo con el abandono de la lactancia, los problemas derivados del cambio en la alimentación podían provocar infecciones mortales en los pequeños.
Las pinturas nos muestran a los más pequeños correteando por los campos, jugando entre ellos, realizando ejercicios de habilidad y rodeados de animales domésticos. Durante su edad más temprana sus madres los llevaban sobre su pecho, en una bolsa que les permitía cuidar de ellos mientras realizaban sus tareas cotidianas.
Luego, desde sus primeros pasos y hasta abandonar la niñez, iban desnudos, sólo ataviados con cinturones y amuletos protectores, con la cabeza rasurada y un mechón de pelo recogido sobre el lado derecho. Se les solía representar de este modo, de pie junto a sus progenitores y llevándose el dedo índice a los labios.

Del juego al trabajo


Gracias a los ajuares de los entierros infantiles han llegado hasta nosotros los juguetes usados por niños y niñas de hace miles de años : muñecas de madera o de barro con el pelo realizado en cuentas, pelotas de fibra vegetal, animales y pequeños barcos de madera, peonzas, juegos de tablero, carros de terracota…
A medida que crecían y según la posición social de las familias, se iniciaban en las tareas propias de adultos. Mientras las jóvenes se encargaban entre otras actividades, de la confección del tejido, la elaboración de ungüentos, cerveza y pan, la recogida de grano y el servicio doméstico, los chicos eran instruidos en los trabajos agrícolas y la ganadería, la pesca, la caza, la fabricación del vino y las labores artesanales. A la vez, en las escuelas repartidas por las provincias, se les introducía en el conocimiento de la escritura jeroglífica y el respeto, el orden cósmico y social.
Los más afortunados, entre ellos algunas niñas, podían ingresar en las escuelas de los templos junto a aquellos destinados a ser escribas o funcionarios, a ejercer profesiones liberales o el sacerdocio. Los tutores desempeñaban un papel destacado en la educación de los hijos de reyes y nobles, a quienes instruían en las futuras labores de gobierno a través de las más variadas disciplinas, al tiempo que lo jóvenes empezaban a descubrir los entresijos de la corte.

La primera menstruación marcaba el final de la niñez de las chicas, que entonces abandonaban su desnudez y se preparaban para el matrimonio. La infancia masculina aún se alargaba un par de años más, retrasándose la edad del matrimonio. Y así, los niños y niñas convertidos en adultos, iniciaban el nuevo ciclo de la sociedad egipcia, dando paso a las nuevas generaciones que, a lo largo de los tiempos perpetuaron la memoria del País de las Dos Tierras.

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