martes, abril 07, 2009

La Matanza De Las Alpujarras

("Moriscos en Granada" Grabado de Joris Hoefnagel realizado - 1564)

Uno de los conflictos más cruentos de la historia de España fue La Guerra de las Alpujarras.

Aunque las acciones militares se limitaron al asalto de pequeños enclaves situados de forma estratégica sobre aquél accidentado territorio y una incesante actividad guerrillera, abundaron episodios de violencia, de tortura y de salvajismo contra la población civil.

Los moriscos protagonizaron asesinatos y violaciones en las poblaciones cristianas y destruyeron los centros religiosos.

Los efectivos de la Corona por su parte, lanzaron razias sobre núcleos moriscos con la intención de hacerse con el botín al tiempo que apresaban a mujeres y niños para venderlos en el mercado de esclavos.


Esta guerra o matanza fuel el final del conflicto que se creó tras la toma de Granada en enero de 1492 por parte de los Reyes Católicos pero no supuso el fin de la amenaza musulmana sobre la Península. Las ventajosas condiciones de la capitulación favorecieron la sublevación de los musulmanes del Albaicín granadino a finales de 1499. Aunque la sedición fue sofocada, su ejemplo se extendió por las regiones montañosas de las Alpujarras y de la serranía de Ronda, obligando al propio rey Fernando a encabezar las tropas que acabaron con la rebelión.


(Los conversos en 1492 catedral de Granada, capilla real, bautismo)


El castigo fue severo pero resultó baldío, ya que, a pesar de que se les obligó a convertirse en masa, los rebeldes y sus descendientes, denominados desde entonces moriscos, nunca renunciaron a sus gagos identificativos, como la lengua árabe o su particular vestimenta, en la que destacaba el velo usado por las mujeres.


Ese mismo año llegó a Granada el Cardenal Cisneros, que rompió la política de tolerancia con los musulmanes practicada hasta entonces provocando una rebelión que duraría dos años. A su término, Fernando el Católico puso a los moriscos del reino de Granada ante un dilema: salir de España o convertirse al cristianismo. La mayoría optaron por el bautismo, casi todos de forma poco sincera.


(Moriscos a mediados del siglo XVI - Grabado de F. Hogemberg)


A lo largo de varias décadas la convivencia entre moriscos y cristianos se fue haciendo cada vez más tensa, provocando una difícil situación económica entre la vida urbana y la vida rural. Poco a poco se fue creando un ambiente confuso que propiciaba la confrontación. De hecho, era tal el convencimiento de que se produciría una sublevación de los moriscos de Granada que ésta fue continuamente profetizada a lo largo de toda la mitad del siglo XVI.

La llegada al trono de Felipe II, hizo que el problema morisco recrudeciera aún más, pues en esta década se les prohibió la exportación de seda y además una pragmática de la Corona, prohibía la casi totalidad de sus costumbres, tales como la lengua árabe, la vestimenta y las prácticas propias de su tradición. Todo esto aumentó la tensión entre moriscos y cristianos lo cual trajo consigo un claro presagio de guerra inminente.

El marqués de Mondéjar, en aquellos momentos virrey de Granada y valedor de los derechos moriscos, entendió los peligros que conllevaba la pragmática e intentó suspender su aplicación. Su intervención no logró fruto alguno, por lo que la aplicación de las órdenes reales y la actividad inquisistorial de los meses posteriores, contribuyeron a aumentar las tensiones.


(Las Alpujarras - Grabado de Joris Hoefnagel realizado en 1564)

Uno de los primeros pueblos atacados por los moriscos fue Ugíar, en la región de las Alpujarras como respuesta a la presión real sobre aquella zona tan depauperada.


En la noche de Navidad de 1568, un grupo de oficiales reales que eran cristianos viejos (esto es, de antepasados totalmente cristianos), se refugiaron en la iglesia, que fue quemada por los moriscos. Murieron 240 personas, entre ellos varios clérigos, venerados luego como mártires.

La noticia del suceso llegó rápidamente a Granada, donde la burguesía morisca se declaró fiel a la Corona. En cambio, en las zonas rurales, donde la situación económica era más desfavorable, la mecha de la rebelión prendió con facilidad.

La consecuencia de esta revuelta dio lugar a episodios de brutal violencia. No faltaron víctimas entre los cristianos, pero la peor parte se la llevaron los civiles moriscos, que se convirtieron en blanco de la soldadesca de Felipe II.

A pesar de la incertidumbre de los primeros días, la dirección del movimiento quedó pronto establecida con la elección como líder morisco de don Fernando de Córdoba y Válor. Este pertenecía la un importante linaje granadino que se había convertido al cristianismo durante la conquista de Granada, lo que permitió a sus miembros disfrutar de asiento en el consejo municipal de esta ciudad. Tomó el nombre de Abén Humeya en recuerdo de los califas omeyas de Córdoba, de quienes se reclamaba descendiente.

Durante los primeros compases de la guerra la iniciativa y los éxitos correspondieron a las tropas cristinas del marqués de Mondéjar, quien a pesar de la gravedad de los hechos mostró gran benevolencia con los moriscos capturados. Don Pedro de Deza, presidente de la audiencia de Granada, y contrario a la política de Mondéjar, ordenó al marqués de los Vélez iniciar otras operaciones militares contra los moriscos desde el flanco más orientas del reino granadino.


("Caminantes Moriscos Camino de Granada" - Grabado de Frans Hogemberg - Biblioteca Nacional de Madrid - Colección Civitatis Orbis Terrarum)

La existencia de dos mandos enfrentados entre sí y de dos formas de entender el conflicto dentro del bando real fue aprovechada por los moriscos, que consiguieron importantes victorias y lograron consolidad y expandir la revuelta. A su éxito contribuyó el hecho de que las tropas cristianas allí destinadas fuesen de escaso valor militar, como las fuerzas urbanas que las auxiliaban, que, ante la adversidad, no tenían reparos en desertar.

Al llegar el marqués de los Vélez a la localidad alpujarreña de Félix, sus habitantes se refugiaron en un cerro. Un destacamento descontrolado se abalanzó sobre ellos. Robaron sus casas, mataron e hicieron pedazos a todo viviente.

En febrero 1569, tras tomar el Juviles, el marqués de Mondéjar trasladó a los moriscos al pueblo. En el trayecto se produjo un altercado con los soldados y según el cronista Hurtado Mendoza, no quedó vivo casi ningún morisco.

Las noticias que recibía Felipe II sobre la evolución de la guerra no eran nada halagüeñas. Las victorias no cosechaban los éxitos deseados, y además los ecos de los enfrentamientos personales entre Mondéjar y Deza, hacían temer que los otomanos aprovechasen la situación para atacar la Península. Aquella misma primavera, el soberano, cansado de las luchas internas, confió el mando del ejército a su hermanastro Juan de Austria.

Hijo natural de Carlos V, y con poco más de veinte años de edad, la experiencia militar del nuevo comandante era nula. Para contrarrestar su bisoñez, que en definitiva podía acarrear un importante dispendio de recursos y de tiempo, Felipe II ordenó la creación de un consejo sobre el que recaerían todas las decisiones militares.

De este organismo formaron parte Mondéjar, Deza y Los Vélez, junto con otros notables militares como don Luis de Requesens, don Luis de Quijada (el ayo de don Juan), o el arzobispo de Granada Pedro Guerrero.


A partir del otoño de 1569 el signo de la guerra cambió a favor de los cristianos. La llegada de don Juan de Austria rebajó las tensiones internas en el bando real, que ahora contaba con los tercios que aquel trajo de fuera de la Península.

En Octubre 1569 después de que Felipe II ofreciera 2000 ducados por la cabeza del líder de la rebelión Abén Humeya, su primo Abén Aboo organizó una conspiración contra él. Humeya fue sorprendido en Laujar de Landarax y estrangulado con una cuerda. Esto provocó una grave fractura en el movimiento morisco, teniendo como consecuencia que las zonas en conflicto fueran reduciéndose poco a poco.


Vencida la resistencia morisca, la Corona decidió buscar una estrategia que le permitiera zanjar definitivamente la cuestión morisca. En noviembre de 1570 se decretó la deportación de los moriscos del reino de Granada, que fueron diseminados por tierras de Castilla. La medida resultó al cabo insuficiente y sólo postergó unas décadas el fin de la comunidad morisca en España, expulsada por Felipe II en el año 1609.


Bibliografía:

Los Moriscos del reino de Granada – Julio Caro Baroja

Historia National Geographic - Carlos Blanco

7 Comments:

La Dame Masquée said...

Es curioso como procuraba Felipe II meter a su hermano en fregados de los que suponia que no iba a salir.
Y como se equivocó el pobre!

Interesante este tema, que pienso que es poco conocido.

Bisous, madame

Juan A. said...

Apasionante entrada, como todas las tuyas, querida amiga. Un tema, en efecto, poco conocido. Interesantísimo.

Gracias. Besos.

Atenea said...

Muy buen tema, de todos modos quiero volver a leerlo con mayor calma más tarde :).

Y pensar que en algún momento judios, musulmanes y cristianos convivieron tranquilamente en tierras españolas.

Un saludo!

isthar said...

Hola, un gusto saludarte, un tema conmovedor y muy fuerte. Felicidades
Besos Isthar.

Pugliesino said...

Tus textos son puentes hacia lugares y momentos que nos permiten conocer la Historia pero sobre todo no dejar que el tiempo nos la aleje.
Los temas, su redacción, la documentación, renace Babilonia y de que mejor forma que aportando tal riqueza.
Cuanta verdad encierran en sus entrañas las Alpujarras, que gran error para Andalucía fue aquella expulsión.
Felicidades por tan magnífico trabajo!
Un abrazo!

Felipe Sérvulo said...

Buen trabjao. Ameno y bien documentado.

Vergónides de Coock said...

Me gustó tu blog, el único problema es que es muy largo, me fue difícil terminarlo pero lo logré; seguiré tu blog muy de cerca. Suerte.
PD: ¿Sabes algo de sumeriología? ¿Quisiera abrir un blog sobre los sumerios? Cualquier cosa podemos compartir opiniones.

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