viernes, abril 13, 2012

Los Siete Niños De Écija


"Los Siete Niños de Écija" - Imagen de aquí

Por los alcores del Viso,
Siete bandoleros bajan.
Siete caballos caretos,
Siete retacos de plata
Siete chupas de caireles,
Siete mantas jerezanas,
Siete pensamientos puestos
En siete locuras blancas:
Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Mala Facha,
José Cándido y El Cencerro
Y el capitán Luis de Vargas,
De aquellos más naturales
De la vega de Granada.
Siete caballos caretos
Los Siete Niños llevaban.

El poeta Fernando Villalón, en su “Diligencia de Carmona”, imaginó así a los Siete Niños de Écija, una partida de bandidos (Ojitos, El Fraile, El Cojo, El Becerra, El Portugués, Minos y Escalera), que durante los años de la Guerra de la Independencia y cuando ya las tropas de Napoleón habían abandonado las tierras de Despeñaperros  para abajo, comenzó a organizarse en los alrededores de Écija, y cuyos componentes se hicieron famosos por sus atrocidades, que aterrorizaron a buena parte de Andalucía.

Lo que se sabe a ciencia cierta de la famosa partida es que ni estuvo compuesta por siete bandidos, ni todos, desde luego, eran de Écija. La cuadrilla estaba formada por un número superior de bandoleros, que en unos momentos, además, aumentaba, y en otros disminuía.

Écija - Civitatates Orbis Terrarun vol. I, lám. 5 - depingebat Georgius Hoefnagle – 1567 – Diputación de Valladolid


Según parece, el origen del grupo está en el año 1808, cuando muchos hombres se echaron al monte. No pocos guerrilleros actuaron como auténticos bandoleros y no solo a los ojos de los hombres de Napoleón, de tal manera que nada tuvo de extraño que al terminar la contienda muchos de los componentes de las viejas guerrillas se agruparan en verdaderas cuadrillas de salteadores de caminos. Por supuesto que algunos de los “Niños” se hicieron bandoleros después de haber sido guerrilleros e incluso soldados regulares, como es el caso de su primer jefe Padilla, que además era de origen americano.
Como salteadores de caminos y bandoleros, los de Écija empezaron a actuar en 1812, justo cuando las tropas francesas acababan de dejar Andalucía. Hay constancia de que en septiembre de ese mismo año, ya en dicha localidad se organizó un cuerpo armado, compuesto por veinte escopeteros a pie y cuarenta a caballo, para perseguirlos.

Las hazañas de los Siete Niños de Écija han atraído desde siempre la atención popular, siendo varios los escritores que les dedicaron algunas de sus obras, aunque desde luego, con historias casi totalmente inventadas.
El periodo de actividad de los Siete Niños de Écija se extiende desde 1812  a 1818, y su campo de actuación se sitúa fundamentalmente en la carretera general de Andalucía, entre Córdoba y Sevilla. En cualquier caso, desde su refugio preferentemente en sierra Morena, se movían sin cesar de Osuna a Lora y de Écija a Carmona, sorprendiendo a todos con su rapidez de movimientos y con las atrocidades cometidas.

Lámina de Diligencia en Andalucía

Su fama comenzó con el desvalijamiento de un comboy en el término de La Carlota que costó la vida a varios migueletes. A partir de entonces, los robos en las ventas y los asaltos a las diligencias fueron constantes. La dureza que empleaban con los viajeros adquirió a veces carácter de extrema crueldad, no siéndolo menos los procedimientos para evitar las pesquisas de quienes les perseguían.

Sin la menor piedad apaleaban a pastores, campesinos y leñadores, amenazándolos de muerte en caso de que dieran la menor pista de sus pasos. Pese a las medidas adoptadas por las autoridades, los Siete Niños de Écija continuaron siendo dueños de vidas y haciendas en gran parte de las provincias de Córdoba y Sevilla.

Escena de asalto en un barranco

Entre todos los componentes de la partida que la tradición popular ha mantenido vivos en el recuerdo, sólo se han dado detalles acerca de la vida y los motivos que le movieron a unirse al grupo de uno de ellos. Era gitano y torero, y se llamaba José Ulloa y fue conocido por el apodo de Tragabuches.  
(Tragabuches)

Las razones que llevaron a Tragabuches al bandidaje parece que fueron una mezcla de motivaciones taurinas y de celos, que termina con la muerte de su amante “La Nena”, y de su amante Pepe el Listillo, sorprendidos infraganti. La incorporación de Tragabuches a la partida de los de Écija no tardó en producirse después de este suceso, y tal como varios autores coinciden en señalar, pronto se distinguió por ser el más sanguinario de todo, llegando a decir de él Juan Antonio Gutiérrez “El Cojo”, que” había matado hombres bastantes para llenar un cementerio”.  Por su parte, José Escalera, que sería posteriormente ejecutado en Sevilla en 1817, refirió aventuras y atrocidades del bandido que aterrorizaron a los mismos jueces.

La famosa partida fue conocida con anterioridad con el nombre de “Ladrones Ecijanos” o “Ladrones de Écija”, y más tarde como la “Cuadrilla del Padilla”. Finalmente, hacia 1816 recibió su nombre definitivo, posiblemente el apelativo cariñoso dado por el pueblo, de la misma manera que años más tarde a los ladrones de Estepa le llamarían “Los Muchachos”.
La única referencia oficial que queda de la partida, con la descripción de sus miembros, y de su actuación con un robo entre Marchena y Écija, data de agosto de 1814, cuando todavía era conocida como “la Cuadrilla del Padilla”. La descripción de sus miembros por parte de los distintos testigos que declararon en el proceso abierto es la siguiente:

( Grabado Aguafuerte Siglo XIX. Bandolero de la Escuela Sevillana)

“Uno, su edad como de cuarenta años, cuerpo regular, moreno, pelo largo propio, chaqueta y calzón azul, rehecho con una yegua castaña.
Otro, de la misma edad, su estatura de dos varas, cuerpo recio, nariz pulida, color moreno, calzones y chaqueta de barbotina azul, en una yegua castaña.
Otro, mediano de cuerpo, delgado, como de veinte y cinco a treinta años su edad, color trigueño, pelo largo, chaqueta azul y calzones negros de pana, con una yegua torda.
Otro como de veinte y cuatro años, la nariz larga, los ojos hundidos, vestido entero de pana azul, de estatura regular, con yegua castaña.
Y el otro, más de dos varas de cuerpo, edad treinta años, rubio, pelo propio, patillas regulares, vestido también de pana azul, casi alegre, con labios gruesos, en una yegua castaña parvesa.
Todos cinco con sombreros redondos portugueses, botines de cordobán, dos escopetas cada uno, canana y cuchillo, muchos botones de plata en los calzones y chaqueta, todas las caballerías con sus aparejos redondos, caída de la jáquimas correspondientes al aparejo”.

Un año después de formalizar el proceso, entra en escena propiamente la partida de los Niños, que sembró el terror en los pueblos de Écija, Osuna, Carmona, Marchena, Fuentes de Andalucía y Lora del Río. Es a partir de entonces cuando comienzan a divulgarse los nombres de los miembros de la cuadrilla: Pablo Aroca “Ojitos”, Diego  Meléndez, Juan Antonio Gutiérrez “El Cojo”, Francisco Narejo “Becerra”, José Martínez “El Portugués” y “El Fraile”. Nombres que fueron divulgados por la Audiencia de Sevilla al ser expuesta la sentencia en que se les condenaba, en el que se decía que nos nombres aludidos “y a las demás personas de que se compone la cuadrilla llamada de los “Niños de Écija” eran declarados rebeldes, contumaces y bandidos públicos”.

(Grabado de Osuna, original de Lasun Braun Hogemberg)

La sentencia señalaba, además, que cualquier persona de cualquier estado y condición podía libremente “ofenderlos, matarlos y prenderlos, sin incurrir en pena alguna”, y entregarlos vivos o muertos ante los jueces del distrito donde hubieran sido presos o muertos.  Se mandaba que una vez pudieran “ser habidos sin más oírles” fueran arrastrados, ahorcados y descuartizados, dejando tras ellos sus cuerpos por los caminos, salvo en el caso de que se presentaran voluntariamente. Si quienes les prendiera, matara o presentase a alguno de ellos fuese bandido, se le eximiría de las penas en que hubiera podido incurrir “excepto el crimen de la herejía, de Lesa Majestad y moneda falsa”.

(Litografía de un Bandolero - Siglo XIX)

Tras la publicación de la sentencia por parte del gobernador y los alcaldes del crimen de la Audiencia, el cerco a los Niños por parte de las autoridades se fue estrechando cada vez más, con un mayor despliegue de tropas y escopeteros. La partida se fue reduciendo, y en mayo de 1918, en sierra Morena, donde con la muerte de Ojitos y, posteriormente, la ejecución de los restantes, finalizaba la aventura de los “Siete Niños de Écija”.

Fuente de datos:
*”Los Olvidados de la Historia – Rebeldes” –(Ricardo García Cáceres, Javier Pérez, Enrique Soria, Manuel Moreno, Jaime Tortella)

lunes, enero 09, 2012

Don Juan Calabazas o Calabacillas, Bufón y Truhán


Este hombre fue llevado a la corte por el duque de Alba. Sirvió al Cardenal Infante y, desde 1632, a Felipe IV. Fue célebre por haber sido retratado por Velázquez en dos ocasiones. Su figura es bien conocida gracias a estos retratos, fechados ambos en la década de 1630.
Por entonces su nombre menudeaba en las historias jocosas que se contaban en la corte, como un vejamen burlesco que lo representa rodeado de los meninos corriendo detrás de Manuel  Cortizos, en el parque del Buen Retiro.

En el primero de los retratos de Velázquez, hoy en Cleveland, pertenece a la colección de H. Cook, Richmond, Inglaterra. Calabaza sostiene en la mano un molinillo o rehilete como el que usaban los niños para jugar, considerado símbolo de la  inconstancia y la locura.

En el segundo, que se conserva en el Museo del Prado, y en un tiempo se le conoció como “El Bobo de Coria”,  Juan aparece junto a una calabaza, símbolo de la incapacidad mental que, pese a la sonrisa boba, también se observa en su pérdida de expresión.

La asociación entre la calabaza y la falta de juicio parece guardar relación con una curiosa práctica quirúrgica por la que, en los casos de rotura craneal, se sustituían las partes de hueso perdidas o que había que trepanar, por cascos de calabaza seca. Aunque se tratara de una cura algo trasnochada, este procedimiento era todavía tratado y discutido en la tratadística médica del Siglo de Oro. De ahí que partiendo de la ligereza y poca constancia de la calabaza seca, se pasara a decir que los faltos de seso o livianos de juicio, es decir los mentecatos, simples o locos, tenían cascos de calabaza.



 Además de manutención, se le otorgó carruaje.  Es curiosa la ración que le pasaban según fuese día de carne o de pescado:
Día de carne
8
panecillos comunes
37
maravedís
1
azumbre de vino
34
"
4
libras de nieve
26
"
1
libra de fruta
34
"
    
4
onzas de sebo
09
"
1
gallina
234
"
3
libras de carnero
108
"
1
libra de vaca
20
"
½
libra de tocino
16
"
518
"
Día de pescado
8
panecillos
37
maravedís
vino
34
"
nieve
26
"
fruta
34
"
sebo
09
"
gallina
238
"
3
libras de Nal. a 32
96
"
8
huevos a 7 maravedís
56
"
½
libra de aceite
17
"
547
"

Como los días de carne eran 210 y los de pescado 155, llegaba a cobrar por su ración anualmente 193.565 maravedís.
Además de esta ración se le otorgó carruaje, mula y acémila. En la noche de Navidad percibía una libra de confitura.

El Catálogo del Museo del Prado no está en lo firme al decir que el segundo retrato se pintó hacia 1646-48, porque Calabazas murió en octubre de 1639. La última nota relativa a él, dice «A Don Juan Calabazas se le dieron en los diez meses del año 1639, hasta que murió, doce pares de zapatos de cordobán de tres suelas». En las cuentas de este oficio se le sigue año por año desde su entrada en Palacio. No vivió en él arriba de nueve años.

Para ir a recibir al Rey que volvía de Barcelona, el año 1632, le regalan calzas para un vestido. Esto fue en 26 de mayo y, en 9 de noviembre, le dan un vestido de terciopelo labrado y otro más. 

Juan Calabazas (Calabacillas), fue uno de los tantos personajes con algún defecto o tara personal, que desfilaron por la corte de los Austrias.


Fuentes de Datos:
*”Los Olvidados de la Historia” – Ricardo García Cárcel
* "Locos y Enanos en la Corte de los Austrias" - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

domingo, septiembre 04, 2011

Venenos En La Historia

El veneno es una sustancia con una estructura químicamente definida que, introducida en el organismo, interacciona con el mismo y genera efectos adversos, entre ellos la muerte. La diferencia entre envenenamiento e intoxicación radica en la intencionalidad.
La intoxicación es un envenenamiento casual que expresa un hecho fisiológico, el envenenamiento expresa un hecho moral al existir intencionalidad.

Mozart
Hay muchos casos que han quedado en la historia como envenenamiento intencionado cuando se ha tratado solo de una intoxicación, como la causa de la muerte de Mózart.

(Mozartz)

Se sospechó de Salieri como envenenador, pero todo quedó en eso, en sospechas. La realidad es que Mozart murió intoxicado debido a que se estaba tratando de una depresión y “fiebre militar”, enfermedad caracterizada por una erupción de pápulas rojas en la piel, que entonces se curaba con sales de mercurio y antimonio. El mercurio origina fallos renales, y en esa época el antimonio venía mezclado con arsénico. 

(Antonio Salieri)

Por otra parte, Mozart consumía grandes cantidades de Aqua Toffana, un preparado con arsénico.

La duquesa de Alba

Igualmente intoxicación parece haber sido la causa de la muerte de la decimo tercera duquesa de Alba, doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo. Las malas lenguas hablaron durante siglos de envenenamiento provocado por mano criminal. Se decía que murió sin padecer ninguna enfermedad. La vieron reír y disfrutar como anfitriona esa misma noche e, inexplicablemente, horas después estaba muerta.
La rapidez con que se instauró el proceso tóxico hizo pensar en una mano criminal por medio. Pero lo cierto es que esa noche de la cena, 23 de julio de 1802, en su palacio de Buenavista, Cayetana ya ofrecía un semblante muy desmejorado, incluso alguno de sus amigos hablaba de aspecto de “piltrafa”. Probablemente todo era debido a un brote de fiebre amarilla, y por ello se maquillaba más que de costumbre, con unos maquillajes que en esos años estaban compuestos de metales pesados, sin ningún control sanitario.

Los cosméticos siempre han llevado en su composición sustancias tóxicas. Ya las damas romanas de la Antigüedad utilizaban el juego de las bayas de belladona para embellecer su cutis.
Los egipcios se maquillaban los ojos hace miles de años y la mayoría de esos cosméticos llevaban plomo. Utilizaban polvo de galena y “espuma de plata clarificada” que es óxido de plomo.

(La Duquesa de Alba - Goya - 1795)

En el caso de la duquesa de Alba el uso continuado de esos maquillajes con sulfuro de mercurio y de arsénico en su composición, y las ocasiones en que se maquillaba con las pinturas que utilizaba Goya para sus cuadros, también altamente tóxicas, compuestas con arsénico, antimonio, cobre y plomo, fueron minando su salud. La vía de entrada del tóxico, en este caso, fue cutánea. Todo ello pudo ir perjudicando su salud de forma crónica. El bisulfuro de mercurio se usaba en maquillajes por su bonito color rojo, y ella utilizaba mucho un colorete para las mejillas que llevaba ese compuesto. Antes de morir presentaba síntomas característicos de intoxicación lenta por metales pesados: náuseas, vómitos, diarreas, deshidratación, dolor abdominal… Por otro lado, parece ser que la duquesa llevaba siempre consigo una cajita de rapé que bien pudiera contener algún alcaloide que fue matándola poco a poco, porque los síntomas que presentó a su muerte se corresponden también al envenenamiento por colchicina, aconitina, digital, opio: y toxina botulínica, hongos y un largo etcétera.
Si supiéramos qué color tenían los vómitos se aclararían muchas dudas, pues si eran verdosos, llevarían sales de níquel y de cobre; si era rosáceo, sales de cobalto; si era luminiscente en la oscuridad, fósforo.
También se habló del curare como causa de la muerte, pero cuando una persona es envenenada por curare, comienza a perder el habla y después se paralizan los músculos faciales.
La historia nos dice que la duquesa, en sus últimos momentos, pidió hablar con un par de personas de su confianza.

Iván “El Terrible”


Se sospechó en su día que la muerte de Iván “El Terrible” se debió a envenenamiento, pero comprobaron que, aunque los análisis practicados en sus restos revelaron la presencia de arsénico y mercurio, al padecer artritis, utilizaba una pomada compuesta por mercurio: el contenido de arsénico no alcanzaba la dosis letal.

(Iván "El Terrible")




Fuente de Datos:
*”Historia de los venenos” – Marisol Donis

viernes, julio 15, 2011

Peste En Sevilla, La Cólera De Dios

 ("El triunfo de la muerte (detalle) -  Pieter Brueghel el Viejo, h. 1562 - Óleo sobre tabla - Mueseo del Prado - Madrid)
Llegó a España por Valencia y entró en Sevilla por Triana, en unos paños que burlaron la cuarentena, y en unos meses, se cobró entre 60.000 y 70.000 vidas. La epidemia acabó con la prosperidad de la boyante ciudad del Guadalquivir, capital del comercio con las Indias.

En el siglo XVII se produjeron en la Península Ibérica tres epidemias que causaron terribles mortandades.
La primera de ella se produjo en el paso de los siglos XVI al XVII, entre 1597 y 1602, y barrió la península de norte a sur. La segunda de esas epidemias se vivió en los años centrales de la centuria, entre 1647 y 1652. Fue calificada por Domínguez Ortiz como “la mayor catástrofe demográfica que se abatió sobre España en los tiempos modernos”.

Llegó a España por el Levante Peninsular, por el puerto de Valencia a través de algún barco procedente de África, desde allí se extendió hacia el norte y hacia el sur. Siguiendo la segunda de estas direcciones, sabemos que poco después había contagiado la ciudad de Alicante, en 1647. Allí, las direcciones de la enfermedad se bifurcan. Una se propagó, hacia el interior, hacia Murcia y su huerta, mientras que otra contagiaba las poblaciones de la costa mediterránea, infestando Almería y Málaga en 1648.
Al año siguiente, pasó al arco atlántico andaluz provocando importantes mortandades en Gibraltar, Cádiz y Hueva. Desde las localidades costeras penetró hacia el interior, hacia el valle del Guadalquivir, donde algunas de sus poblaciones se vieron contagiadas en 1648, pero sobre todo la epidemia se enseñoreó a partir de 1649. Sus efectos fueron demoledores en algunos lugares, pero donde su imparto causó los mayores estragos fue en Sevilla. En pocos meses, su población sufrió el mayor descalabro demográfico de su Historia.


Sevilla, la Babilonia de su tiempo
La capital andaluza era una de las ciudades más importantes de Europa, tanto por su número de habitantes, que por entonces rondaría los 150.000, como por sus riquezas, derivadas, en buena medida, del monopolio del comercio con las Indias de que disfrutaba su puerto. 

 (Sevilla en el siglo XVI - Grabado)

Allí, en el famoso Arenal, junto a la Torre del Oro, se descargaban los productos que traían las flotas procedentes de ultramar y desde allí partían los galeones con destino a los dominios hispánicos del otro lado del Atlántico, dos veces al año.

(Torre del Oro - Sevilla)

A mediados del siglo XVII, la actividad de su puerto ya no era comparable a los momentos más esplendorosos, vividos en la segunda mitad del Quinientos y principios del Seiscientos, cuando la conoció Cervantes, pero Sevilla mantenía su opulencia y el aire cosmopolita que le daban marineros, comerciantes, hombres de negocios, banqueros, soldados, prostitutas y tahúres. Tan cosmopolita y cargada de de riquezas que Cervantes la había calificado como la “Babilonia de nuestro tiempo”.

Sevilla se había guardado del contagio, sobre todo a lo largo de 1648, por los procedimientos habituales de la época. 

Había cortado el tráfico de personas y bienes con los lugares infectados, mediante los llamados cordones sanitarios. Había establecido controles en las puertas y postigos de acceso a la ciudad que solo podían cruzarse con cédulas extendidas por el cabildo municipal y se amenazaba con graves penas a los infractores, que eran distintas según se tratase de nobles o plebeyos.

("San Roque como patron de la peste - 1623 - Pedro Pablo Rubens - Museo Thyssen-Bornemisza

Pero sobre todo se acudía a los remedios espirituales, al considerarse que las epidemias eran una manifestación de la cólera de Dios, una respuesta divina a las maldades y pecados de las personas.

Se celebraban novenas, procesiones y actos de penitencia para aplacar la justa cólera de Dios. Se rendía culto a las imágenes que gozaban de mayor veneración para que ejerciesen su papel de intermediarios.

San Roque era tenido como el principal de los abogados de la peste, pero en cada lugar se rendía culto a advocaciones concretas. En Sevilla, en los momentos finales de la epidemia, se sacó en procesión a la Virgen de los Reyes y pocos días después se hizo una procesión general con el Cristo de la Iglesia de San Agustín.

(Procesión en el Ayuntamiendo de Sevilla - Siglo XVI)

El invierno y la primavera de 1649 fueron muy lluviosos en Sevilla. El Guadalquivir se desbordó el 4 de Abril, inundando muchos barrios. Algún cronista de la época nos ha dejado testimonio de cómo por la popular Alameda de Hércules navegaban las barcas. La inundación dificultó el abastecimiento de la ciudad, provocando un encarecimiento del trigo y que el precio del pan y otros artículos de primera necesidad alcanzaran valores fuera de las posibilidades económicas de gran parte de la población. 

Un contemporáneo afirma que un huevo llegó a valer doce cuartos y que por una gallina se pagaban cuatro reales de a ocho*. (Un cuarto era una moneda de cobre, cuyo valor facial eran cuatro maravedíes. Un real tenía treinta y cuatro maravedíes y un ducado once reales. Su valor adquisitivo nos indica que un buen artesano podía ganar entre 5 y 6 reales, entre 15 y 18 ducados al mes, mientras que un jornalero cobraba entre 2,5 y 3 reales diarios, unos 7 u 8 ducados mensuales.
Por otra parte, el real de a ocho era la denominación popular de una pieza de plata de ocho reales, muy apreciada frente a las llamadas monedas de vellón, acuñadas con una alta proporción de cobre.)

El primer brote en Triana
Los primeros casos de contagio se produjeron a mediados del mes de abril en el popular barrio de Triana, en la rivera derecha del Guadalquivir. Al parecer, la peste llegó con unos paños procedentes de Cádiz, traídos por unos gitanos que incumplieron las normas relativas al aislamiento. Desde Triana la peste pasó al otro lado del río, al corazón de la ciudad.

("Vista de Sevilla desde Triana" Anónimo de finales del siglo XVI, Óleo sobre lienzo, Museo de América)

Como era habitual, las autoridades negaron la existencia del “contagio pestilente” y trataron de ignorar la evidencia, Sin embargo, el 2 de Mayo, en Madrid, ya se consideraba que la ciudad estaba contagiada y se prohibía la entrada de personas y toda clase de bienes y objetos procedentes de Sevilla.

En pocas fechas la mortandad alcanzó cifras escandalosas. Hubo días en que las defunciones se contaban por miles: se alcanzó la cifra de 4.000 en una sola jornada, según reflejó Pedro López de San Román Ladrón de Guevara en su "Copiosa relación de lo sucedido en el tiempo que duró la Epidemia en la Grande y Augustísima Ciudad de Sevilla, publicada en Écija, en 1649".

Los síntomas eran una calentura muy alta, acompañada de dolores en las articulaciones; en una segunda fase aparecían unos negros bultos o bubones en las ingles y en el cuello. Estos tumores podían alcanzar el tamaño de un huevo.

Muy pronto las autoridades se encontraron desbordadas para hacer frente a la terrible situación. Había serios problemas para recoger los cuerpos sin vida abandonados en las calles y enterrarlos. El cabildo ofreció sumas muy elevadas a los que se atrevían a retirar los cadáveres en carretillas y carros para conducirlos hasta las grandes fosas, llamadas carneros, que se abrieron en diferentes puntos de la ciudad, donde se enterraba a los muertos sin mayores ceremonias, junto a grandes cantidades de cal. Se buscaron sitios poco concurridos, aunque no demasiado alejados, como el Prado de San Sebastián, la puerta llamada del Osario, El Baratillo o La Macarena.

Para hacer frente a la peste continuaron las rogativas y procesiones. Se celebró la del Corpus Christi, muy deslucida y con poco acompañamiento.

Se organizó la atención hospitalaria en diferentes puntos de la ciudad. En el hospital de Triana se atendieron unos 15.000 afectados de los que murieron 12.000. El más importante hospital de la ciudad, el de las Cinco Llagas (actual sede del Parlamento Andaluz), llamado también Hospital de la Sangre, construido extramuros frente a la puerta de La Macarena no daba abasto. 

 (Hospital de la Sangre de Sevilla. Atribuido a Pedro Tortolero)

Según el analista sevillano Ortiz de Zúñiga, en las 3.000 camas de este hospital se atendieron 26.700 enfermos de contagio, de los que murieron 22.900; los que lograron salvar la vida, tras una larga convalecencia y cuarentena, no llegaron a los 4.000. Murieron cinco de los seis médicos que allí prestaron servicio y dieciséis de los diecinueve cirujanos.

 ("Caballeros atendiendo a los sacerdotes en el hospital" - Óleo de finales del siglo XVI atribuído a Lucas Valdés)

Muchedumbres ante el Hospital
En los momentos álgidos del contagio, meses de mayo y primeras semanas de Junio, una muchedumbre se concentraba en la explanada que había entre la puerta de La Macarena y el hospital de las Cinco Llagas, clamando por una cama donde poder ser atendidos.
También eran muchos los que permanecían en sus casas y trataban de ocultar la enfermedad para evitar la quema y destrucción de los enseres y el ajuar doméstico. Las autoridades promulgaron disposiciones que contemplaban penas muy severas a quienes practicaran entierros clandestinos en los patios de sus casas, con el propósito de ocultar la existencia de enfermos.

(Muchedumbre ante el Hospital de las Cinco Llagas)

La cifra de las víctimas mortales de la peste, aunque se trata de una aproximación, se sitúa entre las 60.000 y 70.000. La enfermedad se cebó en entre las clases populares, aunque se sabe que entre los fallecidos se encontraba un elevado número de prebendados de su cabildo. Hubo barrios donde sobrevivió poca gente y también se sabe de calles que perdieron a todos sus vecinos.
El testimonio de un contemporáneo, señala que en alguna de ellas no volvió a crecer la hierba porque nadie las transitaba, la peste había acabado con todo el vecindario.
Entre los muertos se encontraron ilustres artistas como el imaginero Martínez Montañés, que era un anciano de 81 años, y el joven pintor de bodegones Juan de Zurbarán, hijo de Francisco de Zurbarán.

Carros cargados de difuntos y muertos sin sepultura
“Todos los días en Gradas amanecía doscientos y muchas vezes trescientos cuerpos, y en la Colegial de San Salvador cientos de ordinarios: a las puertas de las demás Parroquias se hallaban todas las mañanas amontonados los cuerpos muertos, y con ser veinte y nueve las desta ilustre Ciudad, ni en Cementerio ni iglesia había quedado un palmo de tierra desocupado…

El insoportable olor hizo cerrar los templos, sacando y trasladando el Santísimo Sacramento (sea adorado amén) a algún decente lugar, o vecino Monasterio. Y por faltar adonde enterrar a los que tan apresuradamente morían, mandaron los señores de la Junta se hiciesen en diversas partes seis cementerios grandísimos, y se bendixeron, los cuales fueron los siguientes:
En el alto de Colón, fuera de la Puerta Real, uno. En el Almenilla, fuera de la Puerta de la Barqueta, otro. Fuera de la Puerta de La Macarena, otro. Fuera de la Puerta de Triana, a un lado del Convento de N. Señora del Populo, otro. Fuera de la Puerta del Osario, otro. Y otro que contiene tanto como todos los que he referido, en S. Sebastián, más allá de la Puerta de Xerez.
Estos seis campos, rodeados de profundas fosas, y en otros diez y ocho carneros del Hospital de la Sangre, incesantemente yva una multitud de carros cargados de difuntos y no solo de la Plebe, pero personas de lustre y calidad, los cuales no podían valerse de su Entierro. La mayor pompa funeral que llevavan los señores Inquisidores, Dignidades, Canónigos y Caballeros, eran quatro hombres populares, conduzidos a peso de dinero para llevar sus cuerpos.

"Como yva siempre la furia del achaque creciendo, eran tantos los difuntos que amanecían por las calles que muchos se quedavan algunos días sin darles sepultura, y otros se quedaban dentro de las mismas casas, y para sacarlos dellas no bastava la orden de la Justicia… Y pasó a tanto la desventura que se vieron al principio llevar los muertos atados a una soga arrastrando por las calles.”
(Pedro López de San Román Ladrón de Guevara: Copiosa relación de lo sucedido en el tiempo que duró la Epidemia en la Grande y Augustísima Ciudad de Sevilla.”

Las consecuencias de la epidemia para Sevilla sólo puede ser calificada como catástrofe. La ciudad perdió casi la mitad de su población. La vitalista ciudad del Quinientos, que era asombro del mundo, no se recuperó del golpe. Las palabras de Ortiz de Zúñiga son significativas:
“Quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que fueron siguiendo en ruinas en los años siguientes…, todas las contribuciones públicas en gran baja, los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores, y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad”.


Fuentes de Datos:
*”La ira de Dios” – José Calvo Poyato – La Aventura de la Historia
*”Orto y ocaso de Sevilla” – A. Domínguez Ortiz – Publicaciones de la Universidad de Sevilla
*”La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro” – F. Núñez Roldán – Sílex, Madrid 2004

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