martes, junio 16, 2009

La Lepra En La Edad Media, Muerte Y Rechazo

(San Francisco de Asís cuida a los leprosos)
Sus vidas eran de sufrimiento y horror. Los leprosos de la Edad Media estaban sometidos a los preceptos religiosos concernientes a la enfermedad y al aislamiento.
Durante este periodo medieval llegaron a existir en Europa más de dieciocho mil leproserías.

Las víctimas, miles de hombres, mujeres y niños, toscamente cubiertos por un hábito con capucha, deambulaban por Europa apartados de todo contacto social, convertidos en auténticos muertos vivientes. Eran víctimas de lo que sus congéneres consideraban el peor de los castigos divinos que podían abatirse sobre un ser humano: la lepra.
Pero esta enfermedad no apareció en la Edad Media: ya existía en la Antigüedad, aunque fue en la época medieval cuando adquirió las dimensiones de una verdadera epidemia, Al parecer, las migraciones de judíos y gitanos procedentes del Mediterráneo oriental, y posteriormente las invasiones árabes, actuaron como las principales vías de difusión de esta dolencia por Europa. A partir del año mil, el crecimiento de actividad comercial en el ámbito mediterráneo, el flujo cada vez mayor de peregrinos a Oriente y, sobre todo, las cruzadas, contribuyeron a multiplicar el número de víctimas.

Sin embargo, algunos especialistas mantienen que lo que trajeron los cruzados a Europa no fue la lepra, sino la sífilis, dolencia que otros investigadores consideran posterior al descubrimiento de América (del mismo modo, se piensa que la lepra sólo llegaría al Nuevo Mundo a partir de 1492). Se tratase o no de lepra, las consecuencias para pos infectados eran las mismas: se les adjudicaba el estigma de leproso, eran apartados de la comunidad y se les condenaba a vivir solos o recluidos junto a otros enfermos el resto de sus días.
Los síntomas de la verdadera lepra no se conocían con exactitud, y el temor al contagio hacía que se reaccionase ante la menor sospecha. En realidad, la enfermedad es menos contagiosa de lo que entonces se pensaba, y pasa por un largo periodo de incubación; pero a partir de su desarrollo resulta imposible ocultarla.
El temor que despertaba la lepra era tal, que en la atención a los leprosos se veía la máxima expresión de la caridad.

(Un leproso moribundo recibe la extremaunción. Siglo XIV)

Cuando una persona enfermaba de lepra se realizaba la ceremonia llamada separatio leprosun. En ésta, el enfermo era conducido por un sacerdote hasta la iglesia, donde podía confesarse por última vez y escuchar la misa tendido sobre una manta, Terminada la homilía, el sacerdote llevaba al enfermo al exterior recitando las palabras “ahora mueres para el mundo, pero naces para Dios”. El ritual finalizaba dejando al enfermo en los límites de la ciudad, al tiempo que se le recordaban las prohibiciones que debía respetar.
El afectado debía abandonar la ciudad o aldea donde viviese, no volver a entrar en contacto con personas no infectadas, no beber ni lavarse con aguas de los ríos o arroyos, no entrar en tabernas, posadas, iglesias u otros lugares públicos. Los infectados eran obligados a llevar un hábito de color pardo grisáceo, un bastón, y un barrilete colgado al cuello en donde la gente podía depositar donativos o alimentos.
Cuando caminaban tenían que alertar su presencia por medio de una carraca, campanilla u otro instrumento similar, evitar caminos estrechos, mantener la distancia con otros, no tocar las cuerdas y postes de los puentes y no seguir la dirección del viento.

Algunos enfermos se recluían en hospitales o formaban comunidades alejadas de los lugares poblados. Otros eran acompañados por sus familias, pero tales casos era infrecuentes: durante la mayor parte de la Edad Media la lepra fue considerada causa legítima de divorcio.

(Miniatura del siglo XV - Cristo cura a un leproso)
Durante el desarrollo de la enfermedad se van formando úlceras en la piel, se pierde parte de la motricidad, se atrofian los músculos de la cara y se contraen los del antebrazo, de tal manera que la mano toma forma de una garra. Posteriormente la piel se encoge, se pierden el cabello, los dientes, las uñas y a veces algunas extremidades. Todo ello, unido al fuerte olor que desprendían los enfermos, y que fuentes medievales comparan con el de la cabra macho, con el de las plumas de ganso y con el de los depósito de cadáveres, hacía que la dolencia se considerase una auténtica muerte en vida.

La palabra hebrea para denominar la lepra en el Antiguo Testamento, tzaraat, iba cargada de un marcado sentido peyorativo, y el leproso era visto más como un condenado que como un enfermo, Los infectados parecían cargar con un castigo divino, con una pena irreversible. La lepra se convirtió así en un estigma social, hasta que las nuevas corrientes de pensamiento y la tendencia a prestar más atención al Evangelio llevó a que los leprosos, como los pobres y enfermos en general, fuesen considerados próximos a Dios: los “pobres de Cristo” (pauperes Christi).
La caridad se difundió, los enfermos pasaron a ser atendidos y las donaciones en su favor se multiplicaron.
("Curación de Lázaro" - Konrad von Soest - siglo XV)
Los enfermos de lepra eran atendidos en hospitales llamados leproserías, lazaretos o malaterías. En 1099 se creó en Jerusalén, tras la Primera Cruzada, la orden militar de san Juan o del Hospital, formada por monjes guerreros que dedicaban sus centros a la atención de los cristianos que enfermaban en Tierra Santa y a la protección de los peregrinos,

En 1120, el creciente número de afectados por la lepra llevó a que del seño de los hospitales surgiese una nueva orden, la de San Lázaro, dedicada al cuidado de los leprosos. Este Lázaro no era el resucitado por Cristo, sino otro personaje del Nuevo Testamento: el hombre cubierto de llagas de la parábola del hombre rico relatada en Lucas 16, 19-31(las confusiones entra ambos Lázaros serían frecuentes).
En principio, los comentadores o encargados de los hospitales de la Orden debían ser enfermos de lepra, disposición que el papa Inocencio IV abolió en el siglo XIII.

Los hospitales servían básicamente para recluir enfermos y hacer que sus vidas fuesen más llevaderas, pero en la Edad Media no se conocían ni remedios para la enfermedad ni manera de paliar sus efectos. La oración era el método al que se recurría con mayor frecuencia, junto con las peregrinaciones a lugares sagrados con objeto de obtener el perdón divino, única y milagrosa cura. De ahí tanto la proliferación de leproserías a lo largo de los caminos como la difusión de esta enfermedad entre los peregrinos. Junto a los rezos se practicaban sangrías, se preparaban brebajes con ortigas, sal, hierbas aromáticas, aguas de fuentes medicinales y caldo de víbora, se hacían ungüentos con mercurio y se comía carne de serpiente. Los hospitales contaban con huerto, establo, cementerio y capilla, y cada paciente solía disponer de una habitación o cabaña individual.

En los últimos años de la Edad Media, y sin que se conozcan las causas, la lepra fue remitiendo. Algunos autores opinan que la peste negra de mediados del siglo XV exterminó la mayor parte de los enfermos de lepra. Otros señalan que la reclusión de los leprosos en los hospitales llevó a que la infección dejase de propagarse; pero esta afirmación no tiene en cuenta el hecho de que muchos infectados que aún no habían desarrollado los síntomas más graves vivieron en su comunidad durante años, ocultando lque padecían la enfermedad.

Fuentes:
*Estudio de Covadonga Valdaliso (historiadora) para el nº 10 de Historia National Geographic

1 Comment:

Eulogio Diéguez Pérez (Logio) said...

¡Que maravilla de blog!, te felicito.

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