miércoles, marzo 25, 2009

La Otra Familia Que Pintó Goya

Protegido por el infante Don Luis, el joven Goya, todavía no consagrado como un artista, elaboró de él y de su más íntimo entorno un verdadero halago pictórico.

("La Familia del Infante Don Luis"-Francisco de Goya-1783)
El retrato colectivo más conocido y valorado de Goya es La Familia de Carlos IV (1800), pero mucho antes ya había pintado a otra “familia real”, aunque se trataba de una familia proscrita, desterrada, desposeída incluso de su propio apellido: La Familia del Infante Don Luis (1783).
Don Luis (1729-1785) era el hijo menor de Felipe V e Isabel de Farnesio. Como tenía cuatro hermanos varones por delante, no se contó con él para la sucesión.

A los seis años, siguiendo la costumbre, le hicieron arzobispo de Toledo y el Papa le envió el capelo de Cardenal. No es extraño, por tanto, que su vocación fuese nula y que a los 26 años, durante el reinado de su hermano Fernando VI, colgara los hábitos y quisiera casarse.
Pero murió Fernando VI sin descendencia y subió al trono Carlos III, rey de Nápoles, que tuvo que renunciar a ese reino para hacerse con el español.

El algún momento se planteó que Luis se casara precisamente con una hija de Carlos III, pero éste frenó el proyecto. Sus hijos habían nacido en Nápoles y los hijos del infante don Luis, que nacieron en España como infantes de España, podrían pretender mejor derecho a la sucesión y dar lugar a un pleito dinástico.
Es un deber primordial de cualquier rey impedir este tipo de conflictos, que pueden destruir reinos, de modo que Carlos III le prohibió directamente a su hermano que se uniera a alguien de sangre real, lo que según los usos era como prohibirle que se casara.

Celibato no es virginidad y don Luis siguió con las mismas prácticas que cuando era arzobispo de Toledo, entregándose al sexo con el mismo ardor que a la caza. Pero cuando llegó a los 56 años, la vejez en esa época, harto de lances y amoríos, se encaprichó de una bella señorita treinta años más joven y decidió casarse con ella, sin importarle el escándalo, como a veces hacen los calaveras caducos.
("Teresa Vallabriga"- Francisco de Goya-1783/84-México-Colección particular)
La muchacha era Teresa Vallabriga, hija de un militar y de la condesa Torres Secas, de sangre noble pero no importante.
A la muerte de sus padres, había abandonado su Zaragoza Natal para vivir en la Corte al amparo de su tía, la marquesa de San Leonardo. Su casamiento con un infante de España suponía un matrimonio morganático, pero Carlos III quiso remachar todavía más el impedimento para que los hijos de su hermano no albergaran ninguna esperanza dinástica.
Una pragmática publicada en marzo de 1776, diez días antes de la boda, establecía que los hijos de don Luis no tendrían condición ni tratamiento de infantes, no podrían usar el escudo ni el apellido paterno de Borbón, sino solamente el materno. Además, se desterraba a la familia de Madrid y los Reales Sitios para toda la vida.
Don Luis y su esposa tuvieron tres hijos, Luis, María Teresa y María Luisa, y repartieron su exilio entre Caldaso de los Vidrios, Boadilla del Monte y Arenas de San Pedro. En ellos mantuvieron una pequeña Corte ilustrada, pues don Luis había recibido de joven una espléndida formación artística a cargo del pintor italiano Francisco Sasso, y su esposa era educada y sensible para las artes y la conversación.
Entre los personajes de mérito que frecuentaban su salón en el destierro estaban el músico Boccherini, el pintor Rafael Mengs y el arquitecto Ventura Rodríguez. A esa Corte se sumaría Francisco de Goya, que encontró en doña Teresa Vallabriga uno de sus primeros mecenas, cuando aún se estaba dando a conocer en las altas esferas. Francisco del Campo, amigo de doña Teresa y amigo de Goya, le llevó a Arenas de San Pedro en el verano de 1783 y volvería al año siguiente.
Goya fue magníficamente tratado. Realizó varios retratos con un aplauso inesperado por haber venido ya otros pintores y no haber acertado a esto.
A “lo que no habían acertado otros” era a satisfacer las frustraciones del Infante que, consciente de su condición real, se veía sin embargo preterido y exiliado. Goya le brindó una compensación simbólica, pues lo representó en una pintura, a él, a su familia y a sus servidores de confianza de una forma que, para cualquiera un poco perspicaz, era una reinterpretación de La Familia de Felipe IV de Velázquez, las célebres Meninas.
Para un crítico de arte superficial que no conociese las circunstancias históricas, este cuadro, le evocaría una “conversation piece íntima”, pintura de género muy a la moda en Inglaterra, Pero la “conversation piece inglesa” eran cuadros pequeños, mientras que Goya hizo un lienzo de proporciones similares a Las Meninas, es decir, cortesanas, apropiadas para adornar un salón palaciego.
En realidad, ese supuesto parentesco con la pintura de género inglesa no es más que seguimiento del modelo vezqueño, capaz de retratar a la familia real de forma naturalista e íntima.
La inspiración de La Meninas se nota en muchos elementos, empezando, como es evidente, por los numerosos personajes: los padres, su prole, los servidores cortesanos y el mismo pintor.
Todos ellos, como en Las Meninas, se distribuyen a ambos lados de un eje central y luminoso, el de la infanta en el cuadro de Velázquez; el de Teresa Vallabriga en el de Goya. Hay un eco de la menina que ofrece a la infanta un búcaro de Portugal sobre bandeja de plata, en la sirvienta que trae una bandeja con la cofia y en un joyero para el arreglo de doña Teresa, a la que atiende su peluquero.
(Francisco de Goya)
Si Velázquez pintó al Rey reflejado en un espejo, Goya se inventa otro artificio para la imagen de don Luis, al que transforma en moneda. Su perfil hierático, efectivamente es el de los retratos reales acuñados en los doblones, algo reservado a los soberanos.
Pero Goya reincide en este reconocimiento de estirpe a don Luis, pues junto a su cabeza pone la de su hijo en idéntico perfil, siguiendo el uso de grabar en monedas y medallas el retrato doble de los Monarcas, o el rey y su heredero.
También se autorretrata Goya, aunque adopta una actitud distinta a la de Velázquez. Este es en Las Meninas una figura llena de autosatisfacción en el culmen de su carrera palaciega y del aprecio real, proclamando su nobleza con la Cruz de Santiago. Goya en cambio se pinta semiarrodillado, en una actitud de servilismo cortesano hacia el Infante.

Al fin y al cabo, Goya todavía no era muy importante. Le faltaban varios años para ser nombrado pintor del Rey y el Infante don Luis le pagaba espléndidamente por un mes de trabajo “mil duros y una bata para mi mujer toda de plata y oro que vale treinta mil reales”.

Fuentes:
*Texto de Luis Reyes para La Aventura de la Historia.

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